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Hna. de la Iglesia
  • Hna. de la Iglesia

    Varios años antes de convertirme comencé a sentir que debía buscar a Dios, como si algo en mi interior me lo reclamara. Como en aquellos años yo asistía a un colegio muy católico, las misas, las confesiones y los rezos llamaron mi atención. Comencé a participar de todo aquello, pero en lugar de llenar mi necesidad de encontrarme con Dios, esto solo creaba un muro cada vez mayor entre Dios y yo.

    Para mi sorpresa un día hablé con un joven que decía ser cristiano y él; después de sorprenderse mucho cuando le expliqué que debía confesarme para que mis pecados fueran perdonados, me comentó que él -simplemente- se los confesaba al Señor, y que Dios era el que le perdonaba; sin intermediarios. Todo aquello que este joven me contó daba vueltas en mi cabeza y parecía tener mucho sentido… tanto, que comencé a sentir una ligera confusión.

    Ese mismo año conocí a un chico con el que estuve saliendo mucho tiempo. A mitad de mi carrera universitaria quedé embarazada y todo mi mundo se trastornó de tal manera que aquello parecía irreal. Mis padres se molestaron mucho conmigo y me comentaron que la mejor decisión que podía tomar era el aborto. Todo el mundo; compañeros de clase, amigos y familiares coincidían en que el aborto sería lo mejor para mí y para el bebé. Yo no podía hacerlo.

    Cuando se lo expliqué a mi pareja, él me entendió pero no sabíamos cómo saldríamos hacia adelante. En mi corazón solo había un camino: tener a mi bebe. Recordé que un día en el colegio una fundación nos visitó y nos explicó su labor de ayuda a mujeres en riesgo de abortar. Así que abrí uno de los cajones de mi cuarto y busqué aquel folleto que en su día nos habían entregado y que por alguna razón, guardé durante tanto tiempo. La situación en casa se complicó.Mis padres habían pedido cita en la clínica abortiva para el día siguiente. La única solución que yo veía en ese momento era irme de casa; así que por la mañana metí cuatro cosas en una maleta y me fui.

    Los meses siguientes fueron muy complicados. A pesar de todo, Dios nunca me dejó sola. Al cabo de unos meses mis padres contactaron de nuevo conmigo y unas semanas después me expresaron su deseo de que continuara estudiando y de que terminara la carrera. Para ello, me facilitarían un lugar donde vivir.

    Durante todo el embarazo la soledad parecía hacerse cada vez más grande y las dudas me asolaban constantemente. Pero una vez más, Dios me cuidaba. Mi bebe nació y era una niña hermosa. Junto a mi pareja y mi hija las semanas pasaban y poco a poco yo iba estudiando y aprobando los exámenes. A pesar de todo, mi relación de pareja y mi vida estaban muy desordenadas y aveces no sabía lo que pasaría con nosotros el día de mañana. Mi pareja no podía trabajar y solo dependíamos de la ayuda de mis padres.

    Un día, el mejor amigo de mi pareja (que vivía en otra ciudad) llamó y le contó la experiencia tan sorprendente que había tenido con Dios. Mi pareja a su vez me contó a mí este testimonio… yo quedé impactada. A mi entender, era completamente surrealista, y sin embargo por lo que conocía de él, sabía que no nos estaba mintiendo.

    La otra parte del testimonio que me sorprendió fue que su encuentro con Dios había sucedido en una iglesia diferente a la que yo creía: había sido en una iglesia evangélica. Durante algún tiempo, aquello estuvo dando vueltas en mi cabeza mientras que ellos conversaban y nuevos testimonios llegaban a mis oídos. La situación con mi pareja se hacía cada vez más difícil.

    Cuando mi hija tenía un año y medio, el mejor amigo de mi pareja nos llamó y nos preguntó si sería posible alojarse en nuestra casa junto con dos hermanos más de la iglesia, puesto que ese fin de semana se celebraba una convención en la que iglesias de diferentes ciudades (todas ellas pertenecientes al grupo AMIP) se reunían en Madrid para celebrar juntos los cultos correspondientes. Ellos vinieron un viernes y el sábado por la noche se me ocurrió preguntar cómo les había ido en la iglesia. En la cocina de mi casa comenzamos a hablar y yo les preguntaba muchas dudas que tenía acerca de ambas iglesias y sobre dónde estaba Dios realmente.

    Sin yo saberlo, tanto a mi pareja como a mí, en cuartos diferentes nos estaban predicando la palabra de Dios. Decidimos acompañarlos el domingo (después de haberme negado tanto el viernes como el sábado, a acompañarlos a la iglesia), por lo que la noche del sábado en mi mente le dije a Dios: Señor, por favor, necesito que tú me des una señal sobre dónde debo buscarte, porque estoy cansada de las dudas y cansada de esta situación… muéstrame cual es el camino, y que la señal sea muy clara para ya no dudar más.

    A la mañana siguiente llegamos a la iglesia sin problemas y antes de entrar recordé las palabras que me habían dicho el día anterior: -lo mejor es que no mires a nadie, ni pongas mucha atención en lo que hace la gente, cuando lleguemos nos arrodillamos, nos ponemos a orar y le dices al Señor lo que quieras- y eso fue lo que hice.

    De repente, sin razón aparente comencé a llorar en silencio y la presión en mí era cada vez mayor. Me dije a mi misma que no había ninguna razón por la que llorar, pero me sentía extraña, incómoda y para mi sorpresa, también triste. Cada vez lloraba más… no recordaba nunca haber llorado así. Entonces comencé a sentir como si algo me traspasara el corazón, pero al mismo tiempo, unos brazos me envolvían en un abrazo hasta entonces desconocido. Era el tierno abrazo del Salvador. Entonces sentí una voz que le hablaba a mi corazón y me decía: estoy aquí… estoy aquí…

    Una pastora se acercó a mi y me preguntó si quería hacer la oración de fe pero nerviosa, le dije que no (más bien porque no sabía lo que era). Me preguntó una segunda vez y esta vez me explicó que aquello consistía en aceptar a Jesús como mi único salvador, y algo insegura acepté.

    Mientras hacía la oración solo sentía la necesidad de llorar. Cuando terminé, la pastora me abrazó y comenzó a llorar, y mientras ella lloraba yo dejaba de llorar. Era como si me hubiera vuelto ligera, ya no sentía ese dolor en el alma ni esa carga que tanto me pesaba… pero no me había dado cuenta de que cargaba con ese peso en el alma hasta que dejé de sentir la carga. Volví ligera y extrañamente aliviada a la silla y con mis ojos cerrados escuchaba la voz de Dios que me decía: levanta tus manos, alábame tú también.Levanté ligeramente mis brazos, pero tenía vergüenza de estirarlos. En ese momento sentí una suave presión sobre mis muñecas y mis brazos se levantaban solos… y yo sentía paz. Antes de terminar el culto sentí la necesidad de pasar al altar pero una vez más, me daba vergüenza. Y entonces escuché en mi interior la voz del Señor que me decía: Ven y adórame. El mensaje de aquel día era -Dios está buscando un adorador-. Yo me resistí pero Dios me dijo de nuevo: Ven y adórame… adórame. Aquella era una voz suave pero de gran autoridad. Aunque no sabía cómo tenía que adorar a Dios, pasé al altar y me quedé allí arrodillada sintiendo una paz muy grande y sensaciones, por aquel entonces, desconocidas para mí.

    Comenzamos a asistir a la iglesia, al principio los domingos pero luego cada vez más a menudo. Pasado un año mi pareja y yo nos bautizamos y dos meses después del bautismo nos casamos (algo que para mí, rozaba lo imposible). Pero como para Dios no hay nada imposible, el Señor comenzó a ordenar todos los aspectos de mi vida y todas las áreas de mi corazón que necesitaban ser transformadas. Desde entonces he ido entendiendo que el amor de Dios es tan grande que a veces no lo entendemos, pero otras veces lo sentimos latir en nuestro interior, tan real como la sangre que corre por nuestras venas.

    Hoy en día mis padres quieren más a mi hija, y también han aceptado a mi pareja, que ahora es mi marido. De manera que Dios hizo lo imposible posible, y he podido ver que el amor de Dios ha sido, es y siempre será inmenso. A lo largo de toda nuestra vida Dios está a la puerta, llamando a nuestros corazones, esperando que las puertas sean abiertas para poder entrar. Si todavía no conoces a Dios, tú también puedes recibirlo en tu corazón, solo tienes que dejarlo entrar.

Hna. de la Iglesia
  • Hna. de la Iglesia

    Varios años antes de convertirme comencé a sentir que debía buscar a Dios, como si algo en mi interior me lo reclamara. Como en aquellos años yo asistía a un colegio muy católico, las misas, las confesiones y los rezos llamaron mi atención. Comencé a participar de todo aquello, pero en lugar de llenar mi necesidad de encontrarme con Dios, esto solo creaba un muro cada vez mayor entre Dios y yo.

    Para mi sorpresa un día hablé con un joven que decía ser cristiano y él; después de sorprenderse mucho cuando le expliqué que debía confesarme para que mis pecados fueran perdonados, me comentó que él -simplemente- se los confesaba al Señor, y que Dios era el que le perdonaba; sin intermediarios. Todo aquello que este joven me contó daba vueltas en mi cabeza y parecía tener mucho sentido… tanto, que comencé a sentir una ligera confusión.

    Ese mismo año conocí a un chico con el que estuve saliendo mucho tiempo. A mitad de mi carrera universitaria quedé embarazada y todo mi mundo se trastornó de tal manera que aquello parecía irreal. Mis padres se molestaron mucho conmigo y me comentaron que la mejor decisión que podía tomar era el aborto. Todo el mundo; compañeros de clase, amigos y familiares coincidían en que el aborto sería lo mejor para mí y para el bebé. Yo no podía hacerlo.

    Cuando se lo expliqué a mi pareja, él me entendió pero no sabíamos cómo saldríamos hacia adelante. En mi corazón solo había un camino: tener a mi bebe. Recordé que un día en el colegio una fundación nos visitó y nos explicó su labor de ayuda a mujeres en riesgo de abortar. Así que abrí uno de los cajones de mi cuarto y busqué aquel folleto que en su día nos habían entregado y que por alguna razón, guardé durante tanto tiempo. La situación en casa se complicó.Mis padres habían pedido cita en la clínica abortiva para el día siguiente. La única solución que yo veía en ese momento era irme de casa; así que por la mañana metí cuatro cosas en una maleta y me fui.

    Los meses siguientes fueron muy complicados. A pesar de todo, Dios nunca me dejó sola. Al cabo de unos meses mis padres contactaron de nuevo conmigo y unas semanas después me expresaron su deseo de que continuara estudiando y de que terminara la carrera. Para ello, me facilitarían un lugar donde vivir.

    Durante todo el embarazo la soledad parecía hacerse cada vez más grande y las dudas me asolaban constantemente. Pero una vez más, Dios me cuidaba. Mi bebe nació y era una niña hermosa. Junto a mi pareja y mi hija las semanas pasaban y poco a poco yo iba estudiando y aprobando los exámenes. A pesar de todo, mi relación de pareja y mi vida estaban muy desordenadas y aveces no sabía lo que pasaría con nosotros el día de mañana. Mi pareja no podía trabajar y solo dependíamos de la ayuda de mis padres.

    Un día, el mejor amigo de mi pareja (que vivía en otra ciudad) llamó y le contó la experiencia tan sorprendente que había tenido con Dios. Mi pareja a su vez me contó a mí este testimonio… yo quedé impactada. A mi entender, era completamente surrealista, y sin embargo por lo que conocía de él, sabía que no nos estaba mintiendo.

    La otra parte del testimonio que me sorprendió fue que su encuentro con Dios había sucedido en una iglesia diferente a la que yo creía: había sido en una iglesia evangélica. Durante algún tiempo, aquello estuvo dando vueltas en mi cabeza mientras que ellos conversaban y nuevos testimonios llegaban a mis oídos. La situación con mi pareja se hacía cada vez más difícil.

    Cuando mi hija tenía un año y medio, el mejor amigo de mi pareja nos llamó y nos preguntó si sería posible alojarse en nuestra casa junto con dos hermanos más de la iglesia, puesto que ese fin de semana se celebraba una convención en la que iglesias de diferentes ciudades (todas ellas pertenecientes al grupo AMIP) se reunían en Madrid para celebrar juntos los cultos correspondientes. Ellos vinieron un viernes y el sábado por la noche se me ocurrió preguntar cómo les había ido en la iglesia. En la cocina de mi casa comenzamos a hablar y yo les preguntaba muchas dudas que tenía acerca de ambas iglesias y sobre dónde estaba Dios realmente.

    Sin yo saberlo, tanto a mi pareja como a mí, en cuartos diferentes nos estaban predicando la palabra de Dios. Decidimos acompañarlos el domingo (después de haberme negado tanto el viernes como el sábado, a acompañarlos a la iglesia), por lo que la noche del sábado en mi mente le dije a Dios: Señor, por favor, necesito que tú me des una señal sobre dónde debo buscarte, porque estoy cansada de las dudas y cansada de esta situación… muéstrame cual es el camino, y que la señal sea muy clara para ya no dudar más.

    A la mañana siguiente llegamos a la iglesia sin problemas y antes de entrar recordé las palabras que me habían dicho el día anterior: -lo mejor es que no mires a nadie, ni pongas mucha atención en lo que hace la gente, cuando lleguemos nos arrodillamos, nos ponemos a orar y le dices al Señor lo que quieras- y eso fue lo que hice.

    De repente, sin razón aparente comencé a llorar en silencio y la presión en mí era cada vez mayor. Me dije a mi misma que no había ninguna razón por la que llorar, pero me sentía extraña, incómoda y para mi sorpresa, también triste. Cada vez lloraba más… no recordaba nunca haber llorado así. Entonces comencé a sentir como si algo me traspasara el corazón, pero al mismo tiempo, unos brazos me envolvían en un abrazo hasta entonces desconocido. Era el tierno abrazo del Salvador. Entonces sentí una voz que le hablaba a mi corazón y me decía: estoy aquí… estoy aquí…

    Una pastora se acercó a mi y me preguntó si quería hacer la oración de fe pero nerviosa, le dije que no (más bien porque no sabía lo que era). Me preguntó una segunda vez y esta vez me explicó que aquello consistía en aceptar a Jesús como mi único salvador, y algo insegura acepté.

    Mientras hacía la oración solo sentía la necesidad de llorar. Cuando terminé, la pastora me abrazó y comenzó a llorar, y mientras ella lloraba yo dejaba de llorar. Era como si me hubiera vuelto ligera, ya no sentía ese dolor en el alma ni esa carga que tanto me pesaba… pero no me había dado cuenta de que cargaba con ese peso en el alma hasta que dejé de sentir la carga. Volví ligera y extrañamente aliviada a la silla y con mis ojos cerrados escuchaba la voz de Dios que me decía: levanta tus manos, alábame tú también.Levanté ligeramente mis brazos, pero tenía vergüenza de estirarlos. En ese momento sentí una suave presión sobre mis muñecas y mis brazos se levantaban solos… y yo sentía paz. Antes de terminar el culto sentí la necesidad de pasar al altar pero una vez más, me daba vergüenza. Y entonces escuché en mi interior la voz del Señor que me decía: Ven y adórame. El mensaje de aquel día era -Dios está buscando un adorador-. Yo me resistí pero Dios me dijo de nuevo: Ven y adórame… adórame. Aquella era una voz suave pero de gran autoridad. Aunque no sabía cómo tenía que adorar a Dios, pasé al altar y me quedé allí arrodillada sintiendo una paz muy grande y sensaciones, por aquel entonces, desconocidas para mí.

    Comenzamos a asistir a la iglesia, al principio los domingos pero luego cada vez más a menudo. Pasado un año mi pareja y yo nos bautizamos y dos meses después del bautismo nos casamos (algo que para mí, rozaba lo imposible). Pero como para Dios no hay nada imposible, el Señor comenzó a ordenar todos los aspectos de mi vida y todas las áreas de mi corazón que necesitaban ser transformadas. Desde entonces he ido entendiendo que el amor de Dios es tan grande que a veces no lo entendemos, pero otras veces lo sentimos latir en nuestro interior, tan real como la sangre que corre por nuestras venas.

    Hoy en día mis padres quieren más a mi hija, y también han aceptado a mi pareja, que ahora es mi marido. De manera que Dios hizo lo imposible posible, y he podido ver que el amor de Dios ha sido, es y siempre será inmenso. A lo largo de toda nuestra vida Dios está a la puerta, llamando a nuestros corazones, esperando que las puertas sean abiertas para poder entrar. Si todavía no conoces a Dios, tú también puedes recibirlo en tu corazón, solo tienes que dejarlo entrar.

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